... la hora se acerca ya, toma su bicicleta y retoma el paso.



jueves, 29 de diciembre de 2011

Cocina olvidada

En la cocina solo quedaba un frasco de conservas de durazno, una lata sin etiqueta enmarcada de oxido y migajas mohosas de pan dispersas sobre la tabla pegada al escurridor de trastes, sobre el marco de la ventana una flor marchita y del otro lado del vidrio las ramas del árbol del jardín cubrían el paso de la luz, mi madre dejo su herencia al hijo de mi hermana, mi sobrino Ernesto, herencia que al día de hoy no ha sido reclamada, da a suponer a los vecinos que murió intestada, a mí solo me quedaron un par de recuerdos y tres libros antiquísimos (Un Te Deum en latín, oraciones de Santa Teresita del niño Jesús y un devocionario, estos dos últimos en español). Mi hermana me dejo de encargo ir a regar el jardín de la propiedad tan celada por mí y mis otros dos hermanos (denoto menos avaricia que ellos dos o tal vez más ingenuidad), el polvo es basto en toda la casa, una anciana se asoma por una de las ventanas y hace gesto de preocupación, deseos de irrumpir, se detiene el ritmo silencioso cuando toca con estruendo el timbre (chicharra reclamando impaciente) y dudo algunos instantes si atender, nunca me ha gustado abrir puertas, atiendo con diligencia y la voz de la señora se desparrama como arena en caja y me comunica las molestias de una casa tan descuidada, me habla de bichos que pululan por la falta de jardinería y ni hablar de la peste de las ratas, las enfermedades, los achaques, los ruidos, etcétera, tomo nota de su reclamo, desespera un poco y su rostro comienza a enrojecer mientras hace su pliego petitorio hasta que amenaza con enviar su queja al departamento de salubridad, le ofrezco disculpas por la falta de higiene en el inmueble, se va furibunda y angustiada, dejo las puertas cerradas y me retiro de la casa, que todo vaya como esta, esos policías no pueden invadir en la suciedad ajena, nadie puede hacerlo, es mejor olvidar el detrito ajeno.

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